Cuando una persona con EM acude a un fisioterapeuta, deposita su confianza en un profesional que le va a guiar de la manera más adecuada a la hora de manejarse con su patología y mejorar, de este modo, su calidad de vida. Debemos ser capaces de entender dónde se encuentra la persona y vislumbrar el lugar al cual queremos que llegue.

Sabiendo de antemano que la actividad física es esencial para la mejora de la calidad de vida de la persona con EM, es necesario amoldar el tipo y la intensidad del ejercicio dependiendo de distintas variables. Una de las más relevantes es el grado de discapacidad, dado que en aquellas personas donde la enfermedad esté más avanzada (un grado superior a 4,5 en la escala de Kurtzke1, donde la persona puede realizar ejercicio de forma activa) podrán ejercitarse durante menos tiempo y a una intensidad menor que las personas asintomáticas (hasta 2,5 en la misma escala).

Teniendo en cuenta que la prescripción de un ejercicio debería ser analizada de manera individual, podemos clasificar a las personas con EM siguiendo una categoría funcional descrita por Petajan y White2:

  • Grado 1: Normal (ni fatiga ni termosensibilidad).
  • Grado 2: Normal con fatiga.
  • Grado 3: Discapacidad motora leve-moderada (requiere ayuda para deambular, ataxia).
  • Grado 4: Discapacidad motora severa (no es capaz de andar, ni de transferirse de la cama a la silla, no puede realizar actividades de la vida diaria). La actividad física que realizarán será de forma pasiva ayudado por el fisioterapeuta y su cuidador cuando haya sido instruido.

Las personas en Grado 1 y 2 pueden hacer cualquier tipo de ejercicios, incluso combinando ejercicios de resistencia y fuerza, evitando eso sí los deportes extremos. Para el Grado 3, su programa de entrenamiento debe ir adaptado al déficit de movilidad que presenten pudiendo realizar actividad física en casa o actividades acuáticas que aumentan su capacidad de movilidad autónoma.

Para poder acotar más a la persona encuadrada en un grado 3, podemos hacer uso de otra serie de pruebas o test que nos indiquen de manera objetiva el estado en que se encuentra.

Uno de los aspectos más importantes que tendremos que valorar es la existencia y grado de espasticidad por músculos o grupos musculares. Para ello, la herramienta más utilizada es la “Escala de espasticidad de Ashworth”3 que nos ayudará a medir la resistencia al movimiento del músculo: desde un tono muscular normal (Puntuación 0) a una hipertonía extrema en la que la parte afectada permanece rígida tanto para la flexión como para la extensión (Puntuación 4).

Otro punto a valorar es el equilibrio, tanto en bipedestación como en sedestación, y la marcha de la persona. En este caso, podemos seguir los puntos del test de Tinetti4 consistente en pedirle la realización de una serie de sencillas pruebas para comprobar la calidad de su respuesta, por ejemplo, si mantiene el tronco erguido con los ojos abiertos y cerrados, si es capaz de sentarse de manera correcta en una silla sin reposabrazos, cómo inicia la marcha y cuál es la dirección de su trayectoria, etc.

Para valorar la funcionalidad de las extremidades superiores de una manera objetiva, podemos utilizar el “Índice de actividades de la vida diaria de Barthel”5  o el “Índice de Katz”6, para valorar su grado de independencia (y el uso de los miembros superiores) en sus actividades de la vida diaria y de este modo tener un cuadro mucho más completo del estado en que se puede encontrar para recomendarle o asistirle en la movilidad y ejercitación de dichos miembros.

En definitiva, realizar una adecuada valoración inicial valiéndonos de instrumentos específicos será una herramienta de gran ayuda de cara a definir los objetivos en cuanto a la promoción de la actividad física y asegurar que éstos se adaptan a las necesidades y capacidades de cada persona en particular.

Referencias

  1. Kurtzke, J. F. (1983). Rating neurologic impairment in multiple sclerosis an expanded disability status scale (EDSS). Neurology33(11), 1444-1452. Disponible en: http://www.neurology.org/content/33/11/1444.full.pdf+html (Consulta: Junio de 2015).
  2. Petajan, J. H., & White, A. T. (1999). Recommendations for physical activity in patients with multiple sclerosis. Sports medicine27(3), 179-191.
  3. Ashworth, B. (1964). Preliminary trial of carisoprodol in multiple sclerosis. The practitioner192, 540. Disponible en: http://www.sld.cu/galerias/pdf/sitios/rehabilitacion/asworth.pdf (Consulta: Junio de 2015).
  4. Tinetti, M.E.; Williams, T. Frankin; Mayewski, R. (1986). «Fall risk index for elderly patients based on number of chronic disabilities». American Journal of Medicine 80 (3): 429–434. Disponible en: http://cuidados20.san.gva.es/documents/16605/2398197/Escala+Tinetti-+escala+de+marcha+y+equilibrio (Consulta: Junio de 2015).
  5. Mahoney FI, Barthel D. (1965). Functional evaluation: the Barthel index. Maryland state medical journal14, 61-65. Disponible en: http://www.hvn.es/enfermeria/ficheros/barthel.pdf (Consulta: Junio de 2015).
  6. Katz, S., Ford, A. B., Moskowitz, R. W., Jackson, B. A., & Jaffe, M. W. (1963). Studies of illness in the aged: the index of ADL: a standardized measure of biological and psychosocial function. Jama185(12), 914-919. Disponible en: http://www.hvn.es/enfermeria/ficheros/indice_de_katz.pdf (Consulta: Junio de 2015).

Alberto de la Fuente del Río. Fisioterapeuta