La Esclerosis Múltiple (EM) es una enfermedad autoinmune y neurodegenerativa caracterizada tanto por fenómenos inflamatorios en el sistema nervioso central como por degeneración axonal y atrofia. La inflamación es la responsable directa de los brotes de la enfermedad, y la degeneración axonal de la discapacidad progresiva. La afectación gradual de la marcha, la aparición de debilidad y espasticidad en las extremidades o las alteraciones sensitivas, visuales y del equilibrio, aparecen durante el curso de la enfermedad con mayor o menor severidad, siendo en muchas ocasiones difícilmente predecibles.

Los tratamientos farmacológicos actuales tienen una gran eficacia en la prevención y control de la inflamación, disminuyendo enormemente el riesgo de brotes y la aparición de nuevas lesiones desmielinizantes. Sin embargo, aunque los resultados de los nuevos fármacos en control de discapacidad y atrofia cerebral son esperanzadores, aún no somos capaces de evitar el proceso neurodegenerativo.

Es en este punto, en la prevención de la neurodegeneración y el tratamiento de los síntomas como la afectación de la marcha o la debilidad, donde la actividad física y la neurorrehabilitación tienen un papel primordial y relevante.

Los beneficios de la neurorrehabilitación son claros en otras patologías degenerativas como la enfermedad de Parkinson o en procesos agudos como el infarto cerebral o el traumatismo craneoencefálico. En la Esclerosis Múltiple también hay evidencias sólidas a favor de que una intervención precoz con programas adecuados de actividad física, combinados con el tratamiento farmacológico, contribuyen a la prevención de la discapacidad a largo plazo (1).

La actividad física ayuda a mejorar la conectividad cerebral, un hecho que probablemente sea esencial para entender cómo actúa sobre el proceso neurodegenerativo. Estos cambios se han evidenciado en estudios con resonancia magnética cerebral funcional y tactografía. Programas de entrenamiento de resistencia se han asociado con un aumento de la actividad neuronal en ganglios basales, tálamo, cortex parietal, cerebelo y corteza motora (2). En la Enfermedad de Parkinson y otras patologías neurodegenerativas, la actividad física terapéutica se ha vinculado también con un aumento de la conectividad estructural y funcional.

El ejercicio podría tener posibles efectos neuroprotectores. En este sentido, un grupo italiano (3) ha publicado que la rehabilitación podría modular la expresión de microRNAs en pacientes con Esclerosis Múltiple describiendo cambios en los microRNAs que se relacionan con el riesgo de progresión de la enfermedad. En modelos animales, se ha descrito que el ejercicio físico favorece la neurogénesis hipocampal a través del incremento de factores de crecimiento y mejoría de la microcirculación (4). Otra posible acción neuroprotectora de la actividad física se podría producir mediante cambios neuroendocrinos. El incremento de prolactina induciría la proliferación de células precursoras de oligondendrocitos, esenciales para la mielinización.

Los programas de actividad física son eficaces especialmente en los problemas de la marcha (5). Entre los efectos positivos, destaca una mejoría de la capacidad funcional, además de mejoría en el control de la fatiga, reducción de la espasticidad, prevención de comorbilidades como la obesidad o los problemas vasculares, y un beneficio emocional y social.

En la bibliografía encontramos recomendaciones a favor de programas de ejercicio aeróbico combinados con ejercicios de resistencia, yoga, ciclismo, entrenamiento acuático o incluso escalada (6).

En un interesante metaanálisis publicado en 2015 por un grupo australiano (7), se analiza la eficacia de los programas de entrenamiento de fuerza en personas con Esclerosis Múltiple y con enfermedad de Parkinson. En lo relativo a la EM, los resultados son favorables en capacidad funcional, calidad de vida, actividad electromiográfica medida durante contracción máxima voluntaria, volumen y arquitectura muscular analizada mediante biopsia del vasto lateral y fatiga.  Los resultados en estado de ánimo y equilibrio no fueron concluyentes. En enfermedad de Parkinson, los resultados fueron más contundentes a favor de la eficacia de los programas de rehabilitación. Los autores apuntan a la posibilidad de que las personas con EM requieran programas de entrenamiento más intensos y específicos y recomiendan al menos dos sesiones a la semana en días no consecutivos, de una hora de duración, bajo supervisión especializada.

En conclusión, es necesario implementar programas de actividad física y rehabilitación en las personas con procesos neurodegenerativos, entre las que se incluye la EM. Es relevante tanto su papel en el tratamiento de los síntomas como probablemente en la prevención de la discapacidad a largo plazo.

Referencias:

  • Khan, F. et al (2017). Neurorehabilitation: applied neuroplasticity. J. Neurol. Mar. 264, 603-615. Doi: 10.10077s00415-016-8307-9
  • Dai TH et al Relationship between muscle output and functional MRI-measured brain activation. Exp. Brain Res. 2001; 140:290-300
  • Vallelunga A et al. Physical rehabilitation modulates microRNAs involved in multiple sclerosis: a case report. Clinical Case Reports 2017; 5(12): 2040-2043
  • Chieffi et al (2017). Exercise influence on hippocamapal function, possible involvement of orexin-A. Front Physiol. 8:85 dot:10.3389/fphys.2017.00085
  • Feys P. Exercise for gait therapy. ECTRIMS online library. Oct 11, 2018; 231973
  • Steimer J et al. Effects of Sport Climbing on Multiple Sclerosis. Frontiers in Phisiology. December 2017. Dot:10.3389/fphys.2017.01021
  • Travis M et al. A systematic Review and Meta-Analysis of Strength Training in Individuals With Multiple Sclerosis Or Parkinson Disease. Medicine. Vol 94, number 4, January 2015. Doi 10.1096/MD

Fernando Pérez-Parra: Neurólogo