A la hora de aconsejar la práctica de actividad física (AF) a personas con esclerosis múltiple (EM), lo primero que se debe de tener en cuenta es tanto el objetivo como la finalidad de esta estrategia.
Desde el punto de vista del profesional de la salud, el objetivo fundamental debe de ser el que la persona adquiera la práctica de AF como un hábito, es decir, que su estilo de vida sea activo. Mediante este logro se podrá alcanzar la finalidad a perseguir: lograr un estado físico y condicional (forma física) que le permita, en la medida de lo posible, realizar las actividades de su vida diaria de manera independiente, lo que repercutirá muy positivamente en su calidad de vida.
Cuando se pretende prescribir AF a esta población, un recurso muy utilizado es recurrir a la literatura científica al respecto. En efecto, localizar y revisar investigaciones publicadas en revistas internacionales que resuman las características y efectos de distintos programas de AF en personas con EM, es un modo de obtener información de interés y calidad, sin embargo, se debe tener en cuenta que su transferencia al contexto en el que el profesional sanitario realiza su labor es limitada. Esto es debido a que, por un lado, los participantes en este tipo de estudios son personas que presentan gran motivación hacia la práctica de AF y a que, por otro, los programas de AF son supervisados y monitorizados, siendo escasos los estudios que analizan las posibilidades y efectos que este tipo de programas tienen cuando son realizadas por las personas con EM de manera autónoma.
A esto hay que añadir la influencia del conocido “sesgo de publicación”, por el que las investigaciones que han observado resultados negativos o problemas en el desarrollo de programas de AF no suelen ver la luz.
Finalmente, siendo este un aspecto a tener en cuenta, existen investigaciones que tratan de aportar información sobre los elementos que dificultan (conocidos como barreras) o facilitan la realización de AF por parte de personas con EM. A este respecto, la falta de confianza en el posible éxito que el programa pueda tener, las dificultades para desplazarse (cuando la actividad se realiza en un centro deportivo o similar) o el coste de la misma (cuando se debe pagar a un entrenador personal o una inscripción mensual, en un centro deportivo) son barreras que comúnmente reportan las personas que padecen patologías crónicas de carácter degenerativo.
Consecuentemente, los elementos facilitadores serán el poder realizar la AF en un entorno cercano, que la misma sea de bajo coste y que su práctica repercuta positivamente reduciendo el impacto que la EM tiene en la persona (principalmente en su calidad de vida).
A estos criterios, considerados como generales, habría que añadir dos más:
- El primero, conocer el tipo de EM que la persona presenta y cómo le está afectando. A este respecto, desde el punto de vista epidemiológico, es más probable que la persona presente EM remitente-recurrente, que le esté afectando a los miembros inferiores y que la sensación de fatiga sea el síntoma predominante.
- El segundo, identificar el “historial o pasado deportivo”. Es decir, conocer qué tipo de práctica deportiva realiza o ha realizado la persona, con el fin de tratar (si es posible) que no abandone o recupere ese hábito.
Con estos criterios en mente, caminar surge como la opción principal. Es una actividad de bajo coste, se puede realizar sin necesidad de supervisión y en un entorno cercano y además tiene un importante efecto “socializador”, en el sentido en que su práctica puede ser grupal (idealmente junto a otras personas con EM, familiares o amigos), lo que facilitará la adherencia a la misma y provocará que la persona, en vez de tender a recluirse en su hogar, abandone el mismo y adquiera un estilo de vida activo.
Hoy en día la cultura deportiva ha avanzado, por lo que la persona con EM posiblemente será consciente de que caminar debe realizarse con un calzado adecuado (deportivo, flexible, con amortiguación y que transpire) y ropa apropiada (ligera y que permita transpiración).
Sin embargo, los aspectos que determinan la cantidad y la calidad de este tipo de ejercicio (lo que se conoce como carga de entrenamiento), son más difíciles de determinar, es más, deberían ser prescritos de manera individualizada, atendiendo al nivel condicional y tipo de EM que la persona presenta, así como sus principales síntomas y funciones mayormente afectadas por la patología. De todos modos, se pueden establecer unas consideraciones generales, que pueden constituir un punto de referencia a la hora de prescribir la caminata en esta población. Así, caminar en terreno llano, en momentos del día en que el frío o el calor no sean excesivos y mejor se encuentre la persona, constituyen el primer consejo.
En esta línea, la duración, intensidad y frecuencia de la actividad también deberían ser individualizas, si bien se pueden establecer unas pautas básicas. Idealmente, la persona debería ser capaz de caminar una hora al día sin parar, todos los días de la semana, a un ritmo que le permita hablar con tranquilidad mientras realiza la actividad.
A este respecto es bastante probable, que la persona con EM, inicialmente no sea capaz de lograr este objetivo. Ante esta situación, la prescripción debe de ser fraccionada. Es decir, el consejo sigue siendo caminar una hora al día, pero en vez de ser de forma continua, se permite realizar la actividad en intervalos (parando cuando se considere necesario) o mediante la suma de periodos (caminar de manera continuada durante distintos periodos de tiempo fraccionados a lo largo del día hasta alcanzar una hora).
De todos modos, como se comentó con anterioridad, esta prescripción va a estar supeditada a las características de cada persona. Así, no se debe descartar una situación en la que el profesional de la salud se puede encontrar con una persona que nunca ha realizado ejercicio, que se encuentra muy fatigada, que necesita bastón para caminar y que está poco motivada. En estos casos, las prescripciones de ejercicio deben ser muy progresivas, administradas en pequeñas dosis (por ejemplo, caminar hasta completar 15 minutos todos los días).
Los planteamientos deben ser siempre a largo plazo, evitando que la persona sienta que la AF no tiene sentido o que su práctica le repercute negativamente. Por ello, la duración, la frecuencia y la intensidad de la caminata nunca deben ser “agresivas”, sino que deben conciliarse con las posibilidades que la persona con EM presenta en ese momento. Este será el modo de lograr con el tiempo un nivel condicional que se traduzca en una mejor calidad de vida, finalidad de toda estrategia rehabilitadora.
Carlos Ayán Pérez. Doctor en CC. De la Actividad Física y el deporte.